El Desplazamiento Forzado en la Colombia Rural.
Por: Marco A Cañón B. Comunicador
Social.
La Tierra que Nos Duele
"Tierra, ¿quién arrancó tus
raíces de mis manos?
¿Quién arrebató mis huellas de tu piel torturada, ensangrentada y sacrificada?"
Las palabras resuenan en el corazón de la vereda La
Esperanza, “esta se encuentra en la Cierra de la Macarena y allí está instalado
el Jardín Botánico de la Macarena” un nombre aparentemente cargado de sueños,
anhelos y esperanzas hoy irónicamente cargado de tristeza, resistencia y hasta
de muerte, “del medio ambiente, de biodiversidad y de colonos inocentes
masacrados por cuerpos armados irregulares”.
A lo largo de los
años, familias campesinas de esta región de Colombia han conocido la crueldad
de la violencia, la incertidumbre y el desarraigo. En esta pequeña comunidad,
rodeada de montañas verdes, cortes celestiales que parecen extenderse al
infinito y árboles que con su vegetación y ramas parecen susurrarle al cielo
por su protección y amparo, pero es solo un imaginativo porque en la realidad el
desplazamiento forzado ha dejado cicatrices profundas en cada camino, en
sendero, en cada casa abandonada.
Huir, a menudo en la penumbra de la madrugada, se ha
convertido en una trágica rutina para estas familias. A medida que el conflicto
armado se arraiga en territorios rurales, la comunidad enfrenta la elección
entre la vida y su hogar, entre la seguridad y el arraigo, entre el dolor de
partir y el miedo de quedarse. Por esta y otras muchas razones es latente el
abandono y olvido del estado.
El Dolor del Desarraigo
En el rostro de doña María, una campesina de 67 años y
matrona de la vereda, se refleja el luto de la tierra abandonada. Su mirada
parece perderse en el horizonte perteneciéndole ya casi a la muerte sin brillo
en sus ojos y menos esperanza en su corazón, todo en instantes y segundos
mientras evoca los años en que sembraba maíz junto a sus hijos, cuando el
jolgorio y sonido de las risas llenaba los campos. Hoy, esas mismas tierras son
territorio de nadie, ocupadas por el conflicto, los recuerdos y la
incertidumbre.
"¿Cómo olvidar lo que fue mi
terruño, a mis vecinos, la risa de sus hijos, niños
perdidos entre espinas de su dura vida y el miedo por la amenaza,
cuando hoy todavía el cielo y la tierra claman y lloran
por cada paso que dimos al partir?"
Para muchos como ell@s, el desarraigo va más allá de perder
una vivienda o un espacio físico. Es el rompimiento de los lazos familiares y
de las tradiciones comunitarias que han mantenido a generaciones en pie, un
vínculo ancestral que se rompe con cada desplazamiento. La violencia, en sus
múltiples formas, impone un silencio que duele, que convierte los recuerdos en
una mezcla agridulce de nostalgia y anhelo.
La Fuerza de la Resiliencia
Sin embargo, en medio del abandono y la tragedia, las
comunidades rurales colombianas no se rinden. Las redes de apoyo, tejidas con
solidaridad y empatía, florecen como flores silvestres entre las grietas de la
pérdida. Los desplazados encuentran en el otro un espejo y un refugio,
construyendo nuevas familias, nuevas comunidades y esperanzas.
A lo largo de los caminos que cruzan las montañas, las
quebradas, los ríos y los nacederos de agua, surgen pequeños esfuerzos de
resistencia. En asambleas comunitarias, hombres y mujeres comparten estrategias
para sobrevivir y reconstruir lo perdido, aunque sea en un lugar distinto. Las
palabras de don Julio, un campesino que apenas conocía el significado de la
palabra "resiliencia" antes de ser desplazado, lo resumen de forma
sencilla y poderosa: “Nos quitaron nuestra tierra, pero no nuestras manos ni
nuestro corazón para seguir sembrando”.
"Entre el barro y el recuerdo,
brotan las semillas del mañana,
que crecen en la sombra, en el olvido, de un estado y una sociedad indolente,
hasta que la luz nos alcance de nuevo, aunque pronto estaremos abonando estas
tierras convirtiendo estas letras en solo esperanzas y sueños ya inalcanzables."
La
Esperanza de un Retorno Digno
La esperanza persiste en la lucha diaria de quienes, pese a
todo, anhelan regresar algún día a sus hogares. A través de proyectos
comunitarios, asesoría legal y ayuda humanitaria prometida, organizaciones
locales e internacionales brindan acompañamiento y fortalecen las posibilidades
de retorno o reubicación. Aunque el camino es largo y lleno de obstáculos, cada
paso dado con dignidad y apoyo es un paso hacia una Colombia más justa.
Los esfuerzos también encuentran eco en los jóvenes de estas
comunidades, quienes, a través del arte, la música y la poesía, narran las
historias de quienes no tienen voz. En sus creaciones, la memoria colectiva se
transforma en un grito de justicia y en un acto de resistencia ante la
indiferencia y el olvido.
El Valor de la Memoria y el Futuro
“En el susurro del viento,
el eco de quienes se fueron y otros que ya partieron,
camina con nosotros,
hacia un mañana que aún espera.”
No permitamos que el desplazamiento forzado en Colombia sea solo
una estadística; es un verdadero dolor colectivo, una herida abierta que aún
supura en los campos y montañas del país. Sin embargo, mientras existan
comunidades que insisten en sembrar, construir y recordar, habrá esperanza de
un futuro donde el desplazamiento sea un eco distante y donde cada campesino,
indígena o afrodescendiente pueda finalmente llamar a su tierra “hogar” sin
miedo.
La comunidad de La Esperanza es un símbolo de esa
resistencia, de la voluntad de quienes, a pesar del desarraigo, eligen mirar
adelante. Porque, en sus palabras y en su esfuerzo, está la promesa de un
mañana mejor para las futuras generaciones.
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